Expertos afirman que desde la perspectiva psicológica los jóvenes son los más afectados por la incertidumbre acerca del futuro
Los síntomas serán mayores dependiendo de las características socioeconómicas de la persona y de las circunstancias del confinamiento (Pixabay/Mylene2401)
30 de marzo de 2021 4:11 PM | Iván Sandoval/15 minutos
15 minutos. El miedo y el estrés causados por la pandemia de la COVID-19 pueden generar efectos psicológicos en las personas y en sociedades completas. Se trata de un evento inédito que no se producía en el mundo desde hace más de 100 años. Por esa razón, todos se han visto en la necesidad de improvisar y comprobar en la práctica cuál es la mejor manera de afrontarla.
Según los expertos, estas consecuencias psicológicas podrían durar años y dependen de una gran cantidad de factores. Incluso, como lo comprobó un estudio realizado en México, la persistencia de esta situación de estrés crítico puede generar incluso alteraciones biológicas y genéticas irreversibles.
Pese a formar parte de una misma región, los países latinoamericanos se han visto afectados de maneras distintas por la pandemia del coronavirus. Desde el drama cuasi apocalíptico de Brasil a la indiferencia de países caribeños como Haití. Más allá de las distintas posturas de sus habitantes y gobiernos, es innegable que se ha convertido en una de las zonas más afectadas por la COVID-19.
Dadas sus características sociopolíticas, América Latina es una región especialmente vulnerable a una pandemia como la del coronavirus. Tiene prácticamente todos los factores de riesgo que exacerban los efectos de la enfermedad, como son pobreza, desigualdad, y bajo nivel educativo. Además, su población está conformada mayoritariamente por mujeres y jóvenes, los más afectados psicológicamente por la pandemia.
A ello hay que sumarle la presencia de tres regímenes como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde las medidas para combatir la pandemia son discrecionales. Además, en estos países existe un absoluto secretismo de las estadísticas, lo que impide tener información fidedigna sobre la situación y en esa medida tomar decisiones adaptadas a la realidad.
“Los síntomas más comunes como consecuencia de la pandemia y el confinamiento son la depresión, estrés, apatía, irritabilidad, insomnio, trastorno de estrés postraumático, ira y agotamiento mental”, según un estudio realizado por la Universidad Central “Marta Abreu” de Villa Clara (Cuba) y la Universidad Laica “Eloy Alfaro” de Manta (Ecuador).
La investigación, titulada Consecuencias psicológicas de la cuarentena y el aislamiento social durante la pandemia de COVID-19, señala que “estos síntomas serán mayores dependiendo de las características socioeconómicas de la persona y de las circunstancias del confinamiento”.
Según este documento uno de los factores que más incide sobre los síntomas es la duración de la cuarentena. “Más de 10 días incrementa los síntomas de estrés postraumático”.
Otros factores que inciden en el agravamiento de los signos psicológicos asociados a la pandemia son “la frustración y el aburrimiento, la falta de abastecimiento de comida y medicinas y la mala gestión gubernamental”.
La psicóloga clínica, Carolina Sandoval, especializada en psicoterapia y radicada en Venezuela, afirmó que en general percibe un aumento en los niveles de ansiedad entre los pacientes que ha atendido en el último año.
Señaló que “la mayoría de los pacientes ha presentado síntomas de depresión, estrés ante la situación económica, por miedo a enfermarse y duelo por el fallecimiento de seres queridos y personas cercanas”.
“Tengo el caso específico de una paciente que trabaja con muchos clientes en el área de ventas y a la que mermó muchísimo su trabajo, sus ventas, el movimiento, las actividades. Eso le avivó duelos anteriores y estuvo tres meses triste, llorando, deprimida, decaída. Allí fue cuando buscó ayuda. Poco a poco, cuando la cuarentena se fue volviendo más flexible y pudo retomar su actividad laboral, fue mejorando su estado de ánimo y pudo retomar también su actividad deportiva. Ahora está nuevamente preocupada porque percibe el temor a estar nuevamente resguardada, entonces esa incertidumbre en esta paciente que es muy planificada, le genera terror”, afirma la psicóloga.
Sin embargo, no para todos el confinamiento representó algo negativo. Como lo explica el psicólogo argentino Nicolás Bellati, “para ciertas personas con fobia social el confinamiento les ha resultado porque antes tenían que salir, exponerse, encontrarse con otros”.
Incluso, agrega, resultó positivo para muchas otras personas, más allá del miedo y la incertidumbre. Explica que “les permitió suspender un poco las urgencias, el estrés laboral y resultó aliviante”.
En algunos países de la región como Venezuela, Cuba y Nicaragua, además de la crisis sanitaria desatada por la pandemia, hay que agregar la crisis social, económica y política que atraviesan.
En estos casos, los efectos de la pandemia se exacerbaron por los problemas que atraviesa la población y por el mal manejo de sus gobiernos.
Como lo explica el psicólogo Javier Prieto, miembro del Comité Científico Multidisciplinario ante la COVID-19 de Nicaragua, en el caso de su país “no ha habido un liderazgo creíble y responsable” ante la crisis sanitaria.
Prieto afirma que el Gobierno de Nicaragua “ha negado y minimizado” la pandemia. Agrega que incluso en algunos casos “ha prohibido el uso de mascarillas en los hospitales para no alarmar a la población”. También “ha ocultado datos, fomentado las actividades masivas y perseguido a miembros de la sociedad civil” que han alertado de los riesgos de la pandemia.
En el Primer Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría sobre la COVID-19, se identificaron algunos de los factores que harían a una persona más vulnerable.
Algunos de ellos eran predecibles, como que serían más afectadas “aquellas personas que tienen un nivel educativo bajo, que viven en ciudades, que viven solos, con una mala salud física o psíquica, que están desempleados y con una alta exposición a las noticias”.
Sin embargo, dos de ellos no forman parte del segmento habitual de individuos vulnerables. El informe del congreso reveló que “las mujeres menores de 40 años y con un solo hijo” son parte de la población más impactada. En el primer caso se asocia con la edad plena de actividad laboral. En el segundo, con el hecho de que los hijos únicos tienen menos posibilidad de distracción y requieren más atención de sus madres.
Las conclusiones del congreso afirman que, desde un punto de vista físico, las personas mayores son más vulnerables al coronavirus. En cambio, desde la perspectiva psicológica, los adultos jóvenes (20-40 años) son los más afectados “por la incertidumbre acerca de su futuro”.
En este sentido, según un estudio de la Sociedad Española de Psiquiatría, publicada en la Gaceta Médica, al igual que en 2008, “los intentos de suicidio por razones económicas se incrementaron en el último año”.
Los niños y adolescentes presentaron puntuaciones 3 veces más altas en las pruebas para detectar el estrés postraumático. Según este documento, “los niños son más propensos al estrés agudo y tienden a sufrir trastornos de adaptación”. Esto suele agravarse si el niño está separado de sus padres.
El psicólogo Nicolás Bellati explica que la afectación de los adolescentes se debe en gran medida a la “desaparición” de esa estructura que los contenía. “El adolescente necesita que alguien le ponga reglas y él luego las pone en cuestión. Y lo que pasó es que los adolescentes tuvieron que empezar a hacerse cargo de ellos mismos”.
En relación a los adultos mayores, este es uno de los grupos “más vulnerables y segregados”. Los investigadores de la Sociedad Española de Psiquiatría afirman que han presentado un “miedo recurrente a la muerte y a la separación de sus familiares”. Igualmente, han tenido “sintomatología obsesiva, empeoramiento de enfermedades preexistentes y el incremento de uso de sustancias”.
Entre el personal de salud, los efectos psicológicos de la pandemia se manifiestan con "agotamiento mental, irritabilidad, insomnio, dificultad para concentrarse, dificultad en la toma de decisiones laborales y bajo rendimiento laboral”. El 9 % presentó síntomas graves de depresión.
Con una enfermedad con un coste emocional y social, mantener las terapias y consultas psicológicas era fundamental. Por eso, aunque se hacían con anterioridad, las sesiones a distancia tuvieron un significado y un alcance distinto durante la pandemia.
“La búsqueda de vías efectivas para la práctica profesional de ayuda psicológica evitando la presencialidad, ha constituido un reto y, a la vez, ha permitido el desarrollo de vías alternativas con el uso de las tecnologías de la información y la comunicación”, comenta al respecto la Asociación Latinoamericana de Psicología de la Salud (Alapsa) en su informe 2020.
Alapsa señala que debido al gran alcance de esta enfermedad la atención psicológica ha incluido a la población sana, sospechosos y enfermos de COVID-19 y también a sus familiares y profesionales de la salud.
La psicóloga Carolina Sandoval explica que la consulta a distancia es algo totalmente distinto. “Es impersonal (…) las mamás de adolescentes son las que más piden la atención personal. Recién, después de casi un año, pude retomarlas hace tres semanas considerando todas las medidas de bioseguridad. Con los adolescentes las consultas presenciales tienen más efecto, se sienten más escuchados, uno puede fluir con la empatía. Los adultos, en cambio, se adaptan mejor a la atención a distancia”.
Sandoval agrega que incluso las consultas presenciales en esta “nueva normalidad” presentan peculiaridades con respecto al pasado. “Antes cuando llegaba un paciente con un duelo, uno podía consolarlo con un abrazo, pero ahora debemos mantener cierta distancia. También se siente extraño atender a los pacientes y que ambos tengamos tapabocas. Sin embargo, más allá de todo eso, estas últimas semanas (finales de febrero y comienzo de marzo) ha sido beneficioso retomar las consultas presenciales.
Los psicólogos que tuvieron que atender a pacientes en los hospitales se enfrentaron a un reto aún mayor. “Sentimos todas las incertidumbres que el resto de las personas sienten, dentro de estas el miedo a infectarse y llevar esa amenaza para nuestros hogares, así mismo entendemos que tenemos un papel muy importante en el sentido de ayudar a nuestros colegas de otras categorías profesionales a que vivencien sus miedos, inquietudes y ansiedades de manera más equilibrada para poder cuidar a los pacientes, así como la necesidad de ofrecer soporte emocional a los enfermos y a sus familiares”, manifestó una psicóloga de un hospital público de Brasil, citada de manera anónima por Alapsa en su informe.
La Universidad Autónoma de México realizó un estudio sobre los efectos psicológicos y físicos de la pandemia, titulado Salud psicológica en tiempos de pandemia.
El mismo afirma que “el estrés producido por la pandemia, aunado a la pobreza y desigualdad social, genera tres efectos físicos principales: procesos de inflamación crónica, envejecimiento cromosómico y afectación de la función cerebral”.
El trabajo indica que “niveles crónicos de estrés pueden promover una inflamación crónica producida por tormenta de citocinas o citoquinas”. Si a esto se suma el efecto del virus en el sistema respiratorio, el resultado es un cuadro crónico con alto potencial de mortalidad.
El estudio también demostró que “el estrés crónico causa envejecimiento de los telómeros, que son los tramos de ADN en la punta de los cromosomas”.
La investigación apunta que “el estrés prolongado y la exposición excesiva a glucocorticoides también deteriora la memoria al disminuir la excitabilidad del hipocampo”. También “retrae la conexión de las neuronas y suprime el nacimiento de neuronas nuevas”. Asimismo, “agranda la amígdala, lo que genera aumento del estrés y miedo”.
El estrés crónico y prolongado también, según el estudio, “puede afectar la producción de dopamina”. Esto conlleva a un fenómeno conocido como Anhedonia, es decir, “la pérdida del gusto por las cosas sencillas de la vida”.
El trabajo indica igualmente que el “bombardeo de glucocorticoides durante el estrés prolongado también afecta la corteza prefrontal, clave para la toma de decisiones, el control de los impulsos y la estimación subjetiva de los eventos”. De allí que “durante la pandemia han aumentado las decisiones malas e impulsivas que dan prioridad a las recompensas inmediatas”.
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