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Las epidemias y el arte más cerca de lo que te imaginas

“Cuando no había ciencia, se recurría a lo mágico”, explica la historiadora del arte y conservadora del Museo del Prado, Leticia Ruiz

Empleados de la casa de subastas Sotheby's posan con "El grito" de Edvard Munch (EFE/Andy Rain)

15 minutos. Las epidemias que han azotado y siguen castigando nuestro planeta han sido objeto de interés por parte del arte y, precisamente por ello, los artistas han dado testimonio de su existencia.

Desde su aparición en 1348 la peste negra y sus brotes posteriores, se convirtieron en el principal azote que diezmó la población europea en la Edad Media.

Se calcula que la peste negra o bubónica, que recorrió Asia, Europa y el norte de África a mediados del siglo XIV, mató a un tercio de la población mundial.

Habitual en las estepas rusas, la peste llegó de Asia y se extendió a través de las rutas comerciales hasta irrumpir en Europa por Italia, en concreto por la ciudad italiana de Mesina.

Los pintores han reflejado en sus obras las grandes epidemias, y cómo golpearon periódicamente a sus sociedades. En la Edad Media, cuando no existía ningún medio para combatir estas cruentas plagas, carentes de sanidad, higiene, y con una alimentación totalmente atrasada, era comprensible que el ser humano se refugiara en sus creencias, en la fe.

San Roque, protector ante las epidemias

“Cuando no había ciencia, se recurría a lo mágico”, explica la historiadora del arte y conservadora del Museo del Prado, Leticia Ruiz.

Imagen de archivo dela historiadora del arte y conservadora del Museo del Prado Leticia Ruíz
“Todas las catástrofes imprevistas fueron siempre objeto de interés y estudio por parte del arte", según la conservadora del Museo del Prado, Leticia Ruiz (EFE/ Luca Piergiovanni)

“Todas las catástrofes imprevistas fueron siempre objeto de interés y estudio por parte del arte. En Roma, cuando el ejército romano regresó victorioso de Asia, tras la batalla contra los partos, también trajeron con ellos la muerte, la peste negra, que afectó a un tercio de la población de Roma”, recuerda la historiadora.

“De ahí la proliferación de representaciones de santos protectores, sanadores o santos mártires a los cuales se invoca ante la desolación y el miedo que provocan estas situaciones”, añade.

Uno de estos santos sanadores con más tradición es San Roque. Es venerado como protector ante las epidemias, junto a San Cristóbal, benefactor ante la peste bubónica, San Sebastián, San Lázaro o San Antón.

Iguales ante la muerte

Pero si El Bosco nos recuerda que la muerte avanza inexorable, Pieter Brueghel en El Triunfo de la Muerte (1562), parece enfatizar con esa danza macabra la idea de que todos somos iguales ante ella.

La escena, una visión alegórica de las epidemias, se inspira en un pasaje bíblico del Apocalipsis. La muerte, a lomos de un caballo, exterminaría a una cuarta parte de la población, empleando, entre otros medios destructores, la peste.

Las epidemias y el arte más cerca de lo que te imaginas
Detalle de la obra El triunfo de la Muerte, de Pieter Brueghel (EFE/Mariscal)

Nadie escapa a su terrible poder devastador, a cuyo paso sucumben todos los mortales, ricos y pobres, todos por igual.

Homenaje a Tiziano

Un pintor que vivió una pandemia en primera persona fue Tiziano. Murió en Venecia durante la peste que asoló la ciudad italiana en 1576 y que se extendió después por el norte de Italia.

Fue el pintor Jean-Baptiste Hesse en su Homenaje fúnebre a Tiziano (1832) el encargado de mostrar el impacto de la epidemia. Sin embargo, al igual que en otras composiciones de la época, el asunto es tratado de forma distante y fría, poco emotiva para tratarse de un acontecimiento que acabó con la vida de miles de personas.

Inspirado en el Antiguo Testamento

También el pintor francés Nicolás Poussin, en 1631, quiso dejar constancia de los estragos de la plaga que atravesó Europa durante gran parte del XVII. Para ello no tuvo que viajar a los lugares afectados, sino que recurrió a un pasaje del Antiguo Testamento.

Su obra, La peste de Asdod, cuenta cómo los filisteos habían robado uno de los grandes tesoros de los hebreos, el Arca de la Alianza, y cómo Dios les envió la peste por semejante afrenta.

Peste de Atenas

Por su parte el belga Michael Sweerts revivió en 1654 la Peste de Atenas, la epidemia más devastadora de la época clásica que afectó a la ciudad-estado de Atenas en el 430 a. C., durante la Guerra del Peloponeso. Su obra enfatiza el patetismo en los cuerpos yacentes, con la teatralidad y complejidad compositiva propias del barroco.

Propaganda

En el XIX, el pintor neoclásico Antoine-Jean Gros, en su Visita de Napoleón a los apestados de Jaffa (1804), realiza un cuadro ejecutado para gloria del emperador. Lo muestra supervisando a la tropa convaleciente de la peste bubónica durante la campaña de Oriente Medio de 1799, tocando las llagas de los enfermos, haciendo gala de toda su bondad, de su naturaleza casi divina. Todo un ejemplo del arte al servicio de la propaganda política.

Peste en Roma

Mientras que Jules Elie Delaunay interpretó Peste en Roma (1869) en clave onírica. Una composición sobrecogedora y arriesgada con cierto vacío central. En ella resalta la lucha de dos ángeles en una calle donde se apilan los cadáveres de la epidemia.

Fiebre en Argentina

El pintor uruguayo, Juan Manuel Blanes (1830-1901), famoso por sus cuadros historicistas, dejó la épica propia de "pintor de la patria", para representar la tragedia que asoló la capital de Argentina en 1871: la fiebre amarilla.

En su impactante Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, condensó todo el horror y el heroísmo de aquellos días. Según las crónicas, las víctimas del “vómito negro”, llegaron a 13.614 en un día.

Una mujer yace sobre el suelo junto a su bebé que ajeno la reclama, mientras dos empleados públicos observan detrás el drama. Los mismos personajes reales, que dejaron su vida ayudando a los demás, una triste historia de muerte y abnegación.

Munch y la gripe "española"

Los primeros casos de la gripe de 1918, mal llamada “española”, se dieron en EEUU, en concreto en la base militar de Fort Riley, en marzo de 1918, y sus soldados la extendieron a Europa. Coincidió con el último año de la Primera Guerra Mundial, y para mayor de los males, mataba más a los jóvenes, por lo que ningún bando quiso informar para no alarmar a la tropa.

Debido a esta censura y también a la terrible hambruna que conllevó la primera gran guerra, apenas se conoció a tiempo real. Solo España, país neutral, informó de ella, por lo que debido a la procedencia de la información se conoció como “gripe española”.

Al noruego, Eduard Munch (1863-1944) le sirvió de inspiración para su obra cumbre, El grito. La angustia que él mismo sentía ante una vida marcada por la enfermedad no puedo plasmarse mejor.

Su madre y su hermana murieron de tuberculosis y él mismo estuvo afectado por la gripe del 18. Munch se pintó a sí mismo durante y después de superar la enfermedad: Autorretrato con la gripe española y Autorretrato después de la gripe española, ambos de 1919, lo constatan.

"La niña enferma" (1907) Edvard Munch
Una visitante contempla la obra La niña enferma (1907) Edvard Munch (1863-1944) en el Museo Británico de Londres (EFE/Vickie Flores)

En ellos vemos al maestro del expresionismo todavía convaleciente sentado en una silla en bata y mirando, frente al espectador, y con la cama al fondo. Tonalidades amarillas y ocres lo envuelven todo, creando una sensación de aislamiento, de enfermedad, una mezcla de emociones que siguen conmoviendo.

Si bien algunos historiadores sostienen que estas pinturas muestran una depresión postviral, lo cierto es que parece incidir en la soledad de la enfermedad: pese a que una pandemia afecte colectivamente, el sufrimiento es siempre íntimo.

Gustav Klimt y Egon Schiele

La gripe del 1918 se llevó a Gustav Klimt. El artista austriaco murió ese mismo año a los 55. Aunque nunca reflejó la época oscura que le tocó vivir, sus obras si transmiten, a pesar del color, esa turbación característica del momento.

Su discípulo, Egon Schiele, fundador del expresionismo austriaco, trazó los últimos retratos del maestro en una morgue de Viena. Meses después murió él también por una neumonía, que muchos vinculan con la gripe del 18.

Con apenas 28 años, Schiele ya era uno de los artistas más apreciados de su tiempo. En su obra Familia plasma una escena tremenda que no llegarían a vivir: su mujer Edith, entones embarazada, aparece con su bebé ya nacido y él detrás. Ella murió ese mismo año, en octubre de 1918 y Schiele pocos días después, dejando el cuadro inacabado.

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